viernes, 30 de septiembre de 2011

Poetas muertos









En una de mis visitas cotidianas a la web del periódico veo la noticia que un hombre muere apuñalado en plena calle la madrugada del jueves. Un homicidio más de los ya nos hemos acostumbrado a leer en los periódicos, a ver en las noticias o a saber de relatos de amigos o conocidos en cualquier sobremesa. Al día siguiente la noticia permanece en la web pero actualizada, se trata de del poeta valenciano de 32 años SALVADOR IBORRA, que vivía en el barrio gótico, filólogo, con dos libros de poesía publicados y varios premios ganados. Facebook i blog "la ruta desconeguda". Al parecer una discusión por intentar impedir el robo de una bicicleta en la puerta de su casa. Asesinos deconocidos. Así de absurdo y mezquino.


Nada más lejos que entrar en debates sobre seguridad ciudadana, de que adónde vamos a llegar ni de cómo se está poniendo el mundo, ni que Barcelona está cada día peor, ni de inmigración ni de crisis, ni de que el día que menos te lo esperas... Sólo que he estado mirando su blog y me ha abordado de golpe una sensación de tristeza al ver las entradas y pensar que la primera que te encuentras al abrirlo es y ya será su última entrada, que uno de los videos que hay colgados es la canción "de haberlo sabido" de Quique González", que la he estado escuchando mientras seguía bajando peldaño a peldaño por sus entradas y que cuánta desolación puede haber en un blog definitivamente abandonado.





aquesta inquieta tristesa d'estimar a soles,

el cristall i la boira dibuixada en la finestra,

l'herba que creix neutra en aquesta solitud arruïnada,

el consol de saber que podíem haver estat feliços.

de "Els cossos oblidats"

martes, 23 de agosto de 2011

jueves, 5 de mayo de 2011

Adiós a las 7 voces


Después de una cortita aventura en este blog colectivo, 7 voces ha cerrado la persiana. Ha sido como haber llegado demasiado tarde a ese bar donde se celebraba la fiesta, quedándome en la puerta con la botella todavía por abrir en la mano.

Pero se agradece que, a pesar de mi breve y tardía visita, me hayan dejado un rinconcito para uno de mis textos en este libro que ha quedado tras la despedida y que se puede descargar en el enlace.

Nos vemos en el camino.


miércoles, 16 de marzo de 2011

Postales en movimiento: 5

Publicado en 7 voces

Se encuentran cada tarde en el mismo banco de la plaza. Ella suele llegar antes. Se la ve rondando alrededor sin acercarse demasiado como si el estar allí sin su compañía tuviera algo de perjurio, o simplemente evitara el vértigo que le supone estar sin él donde siempre están juntos o rehuyera experimentar lo que debe ser la sensación de pérdida. Los brazos cruzados sobre el pecho cobijando la carpeta del instituto. Ojea los escaparates de las pocas tiendas, mira en dirección por donde él siempre llega. El banco vacío todavía. Se acerca pero sin acabar de sentarse.
Él sube la moto a la acera y gira la llave de contacto. Se quita el casco y se baja la cremallera de la chaqueta. Cuando sus miradas se aciertan nada hay ya más importante que acelerar el encuentro, un primer abrazo, un beso largo y cogidos de la mano caminan los pocos metros que hay hasta el banco. Luego, durante poco más de veinte minutos, escenificarán su catálogo de confesiones al oído, sus arrumacos, sus besos y sus caricias, y ese pequeño rincón volverá a ser el centro del universo.
Acostumbrados a ese tierno acontecimiento que decora el paisaje de una plaza de un barrio que ha ido envejeciendo poco a poco, los vecinos y comerciantes de la zona se enorgullecen de que ése sea el sitio que hayan elegido. Es como algo que les pertenece, como un emblema de su plaza. Un estallido de amor adolescente que observan sin molestar, sin dejar de hacer sus rutinarias actividades cotidianas como espectadores respetuosos en la oscuridad de un patio de butacas. Han seguido a diario sus mimos y sus expresiones de cariño, sus intercambios de regalos y hasta sus breves discusiones que acaban siempre por mitigar con uno de sus abrazos como quien sofoca en una fase inicial un conato de incendio. Y sin saber sus nombres ya les han hecho sus hijos predilectos.Les inquieta su ausencia cuando no vienen. Se preguntan, murmuran, especulan y hasta padecen. Y cuando al día siguiente los chicos vuelven al banco de en medio de la plaza su inquietud se desvanece y regresa la armonía, el orden de las cosas. No hace falta mirarlos, sólo sentir que están allí. Mirarlos demasiado puede resultar molesto, ofensivo, indecente, hay que respetar esa intimidad valiosa. Pero si alguien lo hiciera, si alguno de los vecinos o comerciantes de la zona observara hasta el último momento, les vería levantarse al llegar la hora, darse ese último abrazo todavía más intenso antes de volver a sus vidas separadas. Ella, con la carpeta contra el pecho, enfilaría andando el camino al instituto. Él iría en dirección a la moto. Ambos se darían la vuelta con la coordinación espontánea de los enamorados para despedirse una y otra vez desde la distancia antes de que ella desapareciera más allá de la esquina y él, tras esperar unos segundos, cerrar el pitón de la moto, guardarse las llaves en un bolsillo y, con expresión desconocida, disponerse a seguirla.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Postales en movimiento: 3

Publicado en 7 voces

Bastaría con unas gotas diluidas en un vaso de agua para acabar con su vida. Unas gotas y pondría fin a esta enorme soledad que la atosiga desde hace tiempo, que la asfixia y que le duele como esas torturas que se detienen justo antes de provocar la muerte, para volver a empezar con lo mismo un poco más tarde. A su edad y sin seres queridos ya no le queda nada por lo que seguir adelante y más desde que ya no tiene a su perro que ha estado con ella los últimos dieciocho años. Eso, precisamente, hizo que acabara por decidirse. Si la muerte seguía ignorándola sería ella misma la que saldría a su encuentro.
Los días se conectan entre ellos como grilletes oxidados de una cadena en desuso. Sólo una mínima conversación por las mañanas con alguna dependienta del barrio donde acude a comprar las cuatro cosas de supervivencia, que medio la escucha casi sin mirarla, sin dejar de atender a sus labores. Y luego la soledad de las comidas, la tarde larguísima y las noches acribilladas por el desvelo.
Bastaría con unas gotas pero hoy tiene invitados. Desde cuándo no tiene visitas, desde cuándo nadie se sienta en el sofá del pequeño salón de su casa a preguntarle cómo se encuentra, a interesarse por ella. Ni lo sabe. Sólo esas llamadas insistentes a todas horas, encuestas de mercado, compañías telefónicas, seguros, cambios de calderas del gas con facilidades de pago, préstamos con intereses reducidos, mensajes publicitarios pregrabados. Antes a todo decía que no, colgaba sin más el teléfono o no lo cogía, pero desde que está completamente sola ha bajado la guardia y ha empezado a contestar extensas encuestas telefónicas, ha aceptado créditos, ha contratado seguros de todo tipo y cosas que no entiende de conexiones con velocidades de vértigo, según le dicen, y televisiones de pago, ha dado los datos de su cuenta bancaria a toda voz que se los haya solicitado. Tampoco contestaba antes al timbre de su puerta pero desde hace poco lo hace, aunque hasta hoy no ha dejado que pasaran. Acumula en la cómoda del recibidor folletos de prácticas religiosas diversas, de empresas de congelados, de ventas por catálogo, de excursiones de domingo con regalo incluido, de encuestas de intención de voto que ha de rellenar antes de que vuelvan a recogerlas.
El timbre de la puerta la sorprende sacando el pastel del horno. No sabe exactamente quién viene porque ha perdido la cuenta. En todo caso serán los primeros. Los pasa al comedor sin atender demasiado ni a sus saludos efusivos ni a sus explicaciones de presentación del producto, o del catálogo, o del Dios, o de lo que sea. Los acomoda en el sofá y vuelve a la cocina. Bastaría con unas gotas pero ha introducido el líquido en una de sus jeringuillas que clava en el pastel sin pensárselo dos veces. Conforme el cilindro transparente se vacía el contenido se expande entre las esponjosidades de la masa, manteniendo el flujo de inyección constante sin presionar demasiado la lengüeta de apoyo para que quede bien repartido. Cuando aparece en el comedor con los tres platos de postre y las cucharillas hay dos personas sentadas en el sofá que le sonríen amablemente, dispuestas a convencerla de algo.

martes, 1 de febrero de 2011

Fotografiar la muerte

publicado en www.agitadoras.com

Sólo en las pesadillas podemos ver el rostro de nuestro asesino y seguir viviendo.
Levanta la cámara digital a la altura de su cara y al activar el botón de power aparece la imagen lejana de las tres personas a las que se dispone a hacer la foto. En la pantalla cuadrada las figuras de su hija, su mujer y su suegra, según la noticia, ensayan una sonrisa acogedora, tierna, sin excesos ni estridencias, formando una improvisada estructura piramidal, una simetría casi perfecta en el escaso espacio que queda entre la pared grafiteada y el coche aparcado en el callejón. Los colores vivos de sus atuendos destacan tanto que todo lo que queda tras ellas es poco más que un fondo apagado, un decorado que no tiene ninguna importancia. Corrige el enfoque, aprieta el ojo contrario para precisar el objetivo. Todavía las figuras no están del todo bien encajadas en el marco ni tienen la dimensión más adecuada. Son las tres mujeres que conviven con él y los cuatro han salido a la calle, a la misma puerta de su casa, después de cenar juntos el día de nochevieja y brindar por el año que empieza. Es la costumbre del lugar recibir en la calle el nuevo año viendo el despliegue de fuegos artificiales. Acerca otra vez el ojo derecho al visor mientras con el dedo activa el botón del zoom hasta conseguir el encuadramiento deseado. La sonrisa de las tres mujeres permanece igual de serena mientras esperan que el destello del flash de la cámara las eternice. A escasos metros de donde están pasan grupos de jóvenes celebrando con cánticos, bailes y consignas de esperanza la llegada del nuevo año, el sonido de la felicidad colectiva que se mezcla con las bocinas de los vehículos y el estallido de los petardos que iluminan el cielo. El cerebro ya ha dado la orden a su dedo índice para que apriete el disparador cuando se da cuenta.
Todo ocurre muy deprisa. Detrás de las tres mujeres que siguen posando sin moverse para evitar que cualquier corrección de última hora pudiera estropear la instantánea hay dos figuras extrañas, dos intrusos que antes no estaban. En un primer momento debe pensar que son dos jóvenes temporalmente escindidos de alguno de los grupos que pasan más allá del callejón, que al ver que alguien está haciendo una foto se han acercado y han querido hacerse los graciosos, aparecer también ellos antes de volver a incorporarse a su grupo para seguir la fiesta, antes de volver a cantar y a bailar con sus amigos que han seguido hacia adelante, felicitando el nuevo año a todos los que se cruzan con ellos. Se fija en el que hay más a la derecha, un adolescente en actitud tensa que parece esperar que algo pase con la espalda pegada a la pared, como queriéndose marchar de allí pero queriendo quedarse al mismo tiempo. El cómplice. A través del visor de la cámara, su mirada le lleva hacia el otro y es entonces cuando llega a ver por un instante el rostro de su asesino y no es ninguna pesadilla, cuando sin saberlo está fotografiando a su propia muerte. Ve la gorra azul que lleva en la cabeza con la visera puesta del revés, los ojos que le miran fijamente, el cuerpo apoyado en el lateral del coche para mantener más equilibrada la posición de tiro, las manos abrazando la pistola que le apunta, el dedo en el gatillo, el fogonazo blanco cuando la bala sale disparada.
Una fotografía es como un cuento narrado en primera persona. Un cuento que se empieza a escribir teniendo muy clara la historia en la cabeza.
El tipo fue detenido unos días más tarde gracias a la fotografía, según la noticia. La tarjeta la sacó una de las tres mujeres de la cámara que había quedado en el suelo, ensangrentada y rota por el golpe de la caída y la entregó a la policía. La gorra azul que llevaba puesta la noche del asesinato era la misma que tenía en la cabeza cuando lo sorprendieron los agentes. Luego no fue difícil contrastar que se trataba de la misma cara. Como en uno de esos duelos que los dos contendientes se disparan a la vez cuando se da la señal bajando el pañuelo, él fue alcanzado y abatido primero, pero antes de morir también logró alcanzar al otro con su disparo.
Es sólo en las pesadillas que podemos ver el rostro de nuestro asesino y seguir viviendo.

lunes, 31 de enero de 2011

BCNegra 2011

BCNegra 2011

Setmana de la novela negra de Barcelona

domingo, 30 de enero de 2011

Postales en movimiento: 2

Publicado en 7 voces

Me he fijado en el tipo cuando estábamos en la estación. Quizá la bolsa enorme que carga a la espalda mientras recorre inquieto el andén de extremo a extremo como si no pudiera esperar sin moverse la llegada del tranvía, o su mirada alterada que arremete a los ojos de quien le mira antes de ponerla rápidamente en fuga, como quien propina un golpe e inmediatamente se bate en retirada. Luego me olvido de él, entramos por puertas diferentes y, después de validar la tarjeta, me coloco en el lado inverso. Me entretengo en mirar a la gente que hay cerca cuando cruza otra vez ante mí, la bolsa cargada del hombro, la mirada igual de agitada como el incisivo puntero de un láser en movimiento. Se para junto a una mujer joven que lee un libro pero ella acaba por levantar la vista alertada por su acercamiento sin motivo. Cuando se ve sorprendido pasa de largo, se va hacia la otra punta del tranvía, da la vuelta y vuelve a pasar hacia el otro lado. Yo sigo con curiosidad su deambular inquieto, en un punto equidistante entre animal asustado y secuestrador que rebusca entre los rehenes al próximo a quien descargarle el tiro de gracia. Ahora, unos metros más allá, veo que se sienta junto a una adolescente que mira por la ventana. Otra cosa no, pero para las mujeres tiene buen ojo. Una anciana que también viaja de pie me hace esta observación cuando ve que estoy reparando en el tipo. Cada día lo mismo, buscando chicas guapas y arrimándose a ellas lo que puede. Es un enfermo. Sí, le contesto, me he dado cuenta de que no era muy normal cuando estábamos en el andén. La mujer empieza a hablarme de las veces que lo ha visto y de que siempre hace lo mismo, que cuando alguien se enfrenta con él baja en la siguiente parada. Luego me relata algunos lances y me habla de los locos que andan sueltos por la calle, de los delincuentes, de los violadores y de los pederastas, sobre todo de éstos. Me cuenta que tiene dos nietos preciosos y que si algún día alguien le pusiera la mano encima no sabe de qué sería capaz. Me lo dice casi apretando los dientes, unos setenta y pocos años, chaqueta austera y un pequeño bolso de charol negro cruzado del hombro. Yo le digo que es verdad que hay mucho loco suelto. Entonces vemos que el tipo se acerca otra vez y los dos desviamos la vista hacia él instintivamente, cargando de reproche nuestras miradas y haciendo que se detenga, que recule y que acabe por volver sobre sus pasos hasta situarse en el otro extremo del tranvía, junto a una puerta de salida. La mujer, satisfecha por la victoria, sigue hablándome de sus nietos y hasta me enseña una foto que lleva en el monedero que saca del bolso. Preciosos, le digo. Lo guarda y se despide de mí, la siguiente es la mía, me anuncia. Antes de que se cierren las puertas yo también me bajo. Camino tras ella, la calle está oscura y sólo se oye la pauta acompasada de sus pasos y, un poco más apagados, los míos, como un eco que apenas se distingue del sonido que repite. Pero ella acaba por notarlo y ve0 que se detiene lentamente antes de mirar hacia atrás. Cuando agarro la correa de su bolso y lo estiro con fuerza se me queda mirando confundida, como si no entendiera que estoy haciendo en su calle si hace un momento estaba dentro del tranvía.

lunes, 17 de enero de 2011

Postales en movimiento: 1

Publicado en 7 voces

El celador del geriátrico acabó por confesar ese crimen y ocho más que había cometido con anterioridad, en los años que llevaba trabajando en el centro. La poca exigencia derivada de los protocolos para certificar las muertes de los ancianos y la eficaz combinación de medicamentos y barbitúricos utilizada para los crímenes habían velado las verdaderas causas de las muertes. Hasta que utilizó la lejía inyectada directamente en la garganta de una de sus víctimas. Entonces se destapó todo.
En la sala office de un gran hospital varios médicos departían en corrillos antes de empezar sus rondas mientras sujetaban vasos de plástico del café de máquina. Unos de pie, otros apoyados en el canto de la mesa o en los alféizares de las ventanas. De las batas blancas abiertas asomaban corbatas y cuellos impecables de camisa, suéteres negros tipo cisne y botas altas hasta la rodilla. Uno de ellos levantó de pronto la mano y todos dirigieron su mirada a la pantalla plana de la sala que en ese momento estaba encendida, la voz que salía del televisor acabó por extinguir rápidamente los restos de conversaciones, estaban dando la noticia del asesino de ancianos. Mientras atendían a lo que el corresponsal de la zona explicaba la indignación fue transformando poco a poco la expresión de sus caras.
Entre los múltiples cargos por los que tendría que responder el celador del geriátrico, el juez admitió también a trámite una denuncia por plagio que alguien había interpuesto.

domingo, 16 de enero de 2011

la web de formas del relámpago


Después de casi tres años, la web de Formas del relámpago dejará de estar activa para siempre en dos o tres meses. Todos los contenidos (fotos, videos, entrevistas, comentarios de los cuentos, textos inéditos, etc etc) pasarán pronto a la historia. Descanse en paz

martes, 11 de enero de 2011

martes, 4 de enero de 2011

Postal de Navidad

La gestión dolorosa del recuerdo
La cíclica inflamación de la pérdida
El tratamiento equivocado de la herida
El vacío de los días señalados
El tacto de los extraños conocidos
Las huidas de retorno inevitable
El lado más oscuro del encierro
El contexto de enquistado desencuentro
El frío patente en todos sus formatos
La inmersión abismal en la locura
La niebla escondiendo las salidas
"Pienso que es bueno que en un relato haya un leve aire de amenaza... Debe haber tensión, una sensación de que algo es inminente"

Raymond Carver

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