lunes, 17 de enero de 2011

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Publicado en 7 voces

El celador del geriátrico acabó por confesar ese crimen y ocho más que había cometido con anterioridad, en los años que llevaba trabajando en el centro. La poca exigencia derivada de los protocolos para certificar las muertes de los ancianos y la eficaz combinación de medicamentos y barbitúricos utilizada para los crímenes habían velado las verdaderas causas de las muertes. Hasta que utilizó la lejía inyectada directamente en la garganta de una de sus víctimas. Entonces se destapó todo.
En la sala office de un gran hospital varios médicos departían en corrillos antes de empezar sus rondas mientras sujetaban vasos de plástico del café de máquina. Unos de pie, otros apoyados en el canto de la mesa o en los alféizares de las ventanas. De las batas blancas abiertas asomaban corbatas y cuellos impecables de camisa, suéteres negros tipo cisne y botas altas hasta la rodilla. Uno de ellos levantó de pronto la mano y todos dirigieron su mirada a la pantalla plana de la sala que en ese momento estaba encendida, la voz que salía del televisor acabó por extinguir rápidamente los restos de conversaciones, estaban dando la noticia del asesino de ancianos. Mientras atendían a lo que el corresponsal de la zona explicaba la indignación fue transformando poco a poco la expresión de sus caras.
Entre los múltiples cargos por los que tendría que responder el celador del geriátrico, el juez admitió también a trámite una denuncia por plagio que alguien había interpuesto.
"Pienso que es bueno que en un relato haya un leve aire de amenaza... Debe haber tensión, una sensación de que algo es inminente"

Raymond Carver

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